viernes, 13 de diciembre de 2013

Pioneros de la Agrupación: Subsector de Lugo

 
 En 1959, un millón de vehículos y otros tantos de carros de tracción animal, circulaban por los apenas 60.000 kilómetros de vías asfaltadas. El éxito del Seat 600, lanzado en 1957, había cuadruplicado el parque móvil y la incipiente clase media empezaba a marchar sobre ruedas.
   En ese año se contabilizaron 1.678 fallecidos en accidente, lo que motivó que se tomase la decisión de hacer algo para paliar esa sangría de vidas humanas.      Entonces, la vigilancia en carretera era una tarea difusa encomendada a la Policía Armada y los peones camineros. El ministro de la Gobernación, el general Alonso Vega, urdió entonces el traspaso de las competencias a la Guardia Civil, de la que había sido director, para aprovechar el despliegue geográfico del Cuerpo para operar en el terreno sin más exigencias que las propias del servicio. El teniente José Rifón Cabarcos fue el oficial reclutado para poner en marcha la especialidad en Lugo.
   Hijo de guardia civil, José Rifón nació en el cuartel de Becerreá en 1933. Cuando contaba con poco más de un año de edad, su padre fue asesinado en Langreo, durante La Revolución de Asturias, dejando viuda a su mujer y huérfanos a cuatro niños. En casa apenas se hablaba de él, era un tema tabú por la tristeza que suponía recordarle. Pero supongo que la admiración hacia mi padre motivó que decidiese ingresar en la Guardia Civil y con 18 años me marché a la academia, recuerda.
traFICORecién terminada la academia, fue destinado a San Cibrao/San Ciprián, me casé con mi novia de toda la vida y me dediqué a hacer cursos: de montaña, de esquí, de escalada...Finalmente, me eligieron para hacer un curso de Tráfico, que se estaba creando, en Colmenar. Éramos 300 guardias y recuerdo que estaban rodando la película ‘Espartaco’, donde participaban muchos vecinos del pueblo. Finalmente, y después de realizar otro curso en Valdemoro, lo llamaron a Madrid para encargarle una misión que parecía estar hecha para el joven y decidido teniente. Me dieron un Fiat con 300.000 kilómetros, un taco de vales para gasolina, una máquina de escribir y una caja de papeles. Con eso, me vine a Lugo a buscar oficina. Poco después, tenía listas las cuatro sedes de los destacamentos, en Baralla, Viveiro, Monforte y Vilalba, dice el hoy coronel retirado en la sede de Instituto Social de las Fuerzas Armadas, desde donde dirige la Hermandad de Veteranos de la Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil.
  Rifón recuerda divertido los primeros pasos de la Agrupación en la provincia: Recibí 17 motos DKV de la Policía Armada, pero no funcionaban. La mayoría del medio centenar de guardias de Tráfico que mandaba entonces eran andaluces y no habían montado en moto en su vida, así que nos pasamos tres meses enseñándoles.
TRAFICO  Recuerdo cuando vino Franco a inaugurar el recién restaurado monasterio de Samos, que había sufrido un incendio y al castillo de Monforte. Me dijeron que montase el servicio, pero las motos no funcionaban, así que las colocamos en los cruces con los guardias y las movíamos en un camión.
   En el año 1959, recién aprobada la Agrupación de Tráfico, había sólo 500 agentes en España; en 1962, la cifra ya ascendía a 3.930.
Eran días en los que se presentaban tres aspirantes por plaza y Tráfico era un destino codiciado.
El dinero lo ponía la recién creada Dirección General de Tráfico y los medios a su disposición las patrullas se hacían en motos Sanglas y BMW, Seat 1400 o Land Rover, cuando muchos guardias rurales iban a pie. Un día libre semanal, un complemento de 1.000 pesetas que casi doblaba el sueldo y un prestigio creciente les convirtieron poco después en los aristócratas del Cuerpo. Al principio, cuando el material pertenecía al Parque de Automovilismo de la Guardia Civil, teníamos muchas dificultades económicas, pero cuando la Jefatura de Tráfico se hizo cargo del material, mejoró.
MOTO
   Recuerdo que yo tenía una moto BMW de cinco caballos, que ahora está en el Museo de la Guardia Civil, y mi compañero Moncho, una de 3,50, recuerda Rifón. En aquel entonces, la Jefatura de Tráfico estaba donde hoy se encuentra la Subdelegación del Gobierno de Lugo; la Comandancia, en la rúa Progreso, y el garaje donde guardaban las motos, en Augas Férreas.
 El bautizo de sangre, el primer muerto no se olvida, y Rifón también guarda lo guarda en su memoria. Fue un americano en Barreiros. Quedó colgado de un árbol, muerto. También evoca el caso de un matrimonio que falleció al chocar contra su vehículo el  de tres gamberros nocturnos. El matrimonio murió y a ellos no les pasó nada. Eso te hunde la moral!. De su experiencia, concluye que el mayor peligro está en el amanecer, cuando la gente va cansada, cargada...
   Entre las decenas de recuerdos de aquellos años, se mezclan los buenos, nos divertíamos mucho, con otros que no lo son tanto. Cogíamos la moto e íbamos por toda la provincia. Desde entonces, siempre me gustó la moto; de hecho, el primer viaje de aniversario de boda lo hicimos en moto comenta el coronel hoy retirado.  La BMW, causaba sensación en Lugo. Recuerdo que paraba en La Barra a tomar algo y cuando salía, estaba rodeada de chavales. 
   ¿Los duros?Accidentes y  especialmente los referidos a la dureza del oficio, los inviernos en Pedrafita eran terribles, corríamos para entrar en calor y cuando llegaba a casa, las botas estaban tan llenas de agua que había que vaciarlas.
   Era muy sacrificado, ya que eran  8 horas de servicio en moto, sin ropa apropiada, sólo con manguitos reflectantes, sin linternas...
   No teníamos radar, tan sólo una máquina para sacar fotos y calculábamos la velocidad por el cuentakilómetros. En los tres primeros meses no pusimos ni una multa, sólo advertíamos a la gente.
   Para Rifón y sus compañeros, el trabajo consistía fundamentalmente en el servicio al ciudadano. En aquel entonces no había grúas ni asistencia en carretera, así que nosotros cumplíamos esta función con dos todoterrenos en los que llevábamos repuestos. Ayudábamos a reparar averías y a lo que se terciara.
   Me gustaba atender a la gente y disfrutaba mucho con eso. En su opinión, se trata de una labor dura que no es siempre es reconocida socialmente, sobre todo en el tema de las sanciones. Pero es que muchas veces la única forma de que la gente se conciencie es yéndoles al bolsillo.




 En este sentido, y al igual que todos los agentes que prestan sus servicios en carretera, José Rifón ha tenido que escuchar las más inverosímiles disculpas para convencerle de que les retirase una multa. Reconozco que cuando me lloraban, sobre todo mujeres, me convencían. La más simpática fue la de una mujer que llevaba ganado en el coche y le dije que eso estaba prohibido. Ella me contestó: conoce al teniente Rifón?, porque se lo diré. No sabía que era yo, recuerda entre risas. El coronel se siente afortunado de no haber sufrido ningún accidente grave en acto de servicio, algo habitual en una especialidad peligrosa que registra hoy una media de 550 accidentados anuales y se ha cobrado la vida de más agentes que la propia ETA. De hecho, su compañero perdió el brazo en un accidente, cuando chocó con él un joven drogado y bebido. Me costó olvidarlo, dice.
   Sobre las transformaciones experimentadas en seguridad vial en el último cuarto de siglo, nuestro interlocutor opina que supone hablar como del día y de la noche: Había mucho menos tráfico, pero la gente era más ignorante que ahora. Recuerdo a un maestro que iba con un Dophin nuevo y con un faro fundido; le pedimos que abriese el capó y no sabía hacerlo. Firme defensor del carné por puntos y de las campañas de Tráfico, considera que cada vez hay más conciencia social de que te juegas la vida en la carretera. Siguen viéndose barbaridades, pero menos.


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